Querido Tiki, sé orgullo y valor.
Acto_Malvinas_2022

Corría el 28 de marzo del año 1982 cuando el joven chaqueño de 30 años,  Roberto “Tiki” Ibarra terminaba de hacer algunos trabajos de albañilería para la casita que estaba construyendo en Punta Alta junto a su compañera de vida Mabel. Ya se había hecho la hora de salir a trabajar en la Base Militar comandante Espora rumbo a lo que iba a ser un día de trabajo más.

Al llegar a la Base sube a la embarcación, el Destructor Piedra Buena, y zarpa rumbo al sur, como habitualmente lo hacía en cada una de sus prácticas de navegación.  Sin embargo, pequeños detalles de ese día soleado habían llamado la atención de Tiki, por ejemplo, en esta oportunidad se habían cargado más provisiones y municiones de las que habitualmente se subían a la embarcación. ¿Motivo? Él no sabía.

Al llegar a Viedma una voz en los parlantes del navío anuncia: “Señores, nos dirigimos a las Islas Malvinas, a partir de ahora nada de lo que ocurra será un simulacro, estamos en guerra contra los ingleses.” Estas palabras podrían haber exaltado a cualquiera sin embargo Tiki conservó la calma y concentró sus pensamientos en asumir que él estaba cumpliendo con su trabajo, para el cual llevaba entrenándose varios años y su labor consistía en defender a la patria cuando esta lo necesitara.

Un nuevo comienzo

Atrás comenzaba a quedar el Tiki que disfrutaba de tocar el bajo e ir a las peñas. Por unos cuatro meses dejó de haber tiempo para el ocio, y no se podía bajar la guardia. Roberto obedecía las ordenes de sus rangos mayores y respetaba sus horas de turno y de descanso.  Todo el tiempo mantenía el pensamiento de estar haciendo su trabajo de la mejor manera posible mientras patrullaba al noreste de las Malvinas.  Afortunadamente, en el destructor escolta Piedrabuena jamás sintió falta de contención y la unión con sus pares se hacía cada vez más fuerte.

Con el clima extremadamente frio y una niebla abrumadora, lograba mantenerse templado con la ayuda de esa sopa norteña bien picante. Cada día que pasaba se mantenía expectante de las noticias de la radio que le hablaban de la guerra y sostenía comunicación constante con las demás embarcaciones. Por momentos llegaban cartas de estudiantes de la escuela primaria que los apadrinaba y Tiki las repartía con mucha felicidad. Esas cartas le hacían bien, le daban aliento, valentía y lo hacían sentir acompañado.

Un día, alejándose de la zona de Malvinas junto al Crucero General Belgrano, dejan de recibir señales del crucero. «Hemos perdido comunicación con el Belgrano, manténganse alertas, probablemente lo han atacado», esa voz en el parlante anunció. ¿Y cómo puede Tiki olvidar esa desesperación de buscar a sus compañeros casi a ciegas, ya que la intensa niebla no los dejaba ver nada? ¿Y cómo olvidar esa sensación de no saber si sus compañeros de Belgrano estaban a salvo?

La búsqueda fue desesperante, especialmente cuando aquel brillo naranjo alumbró el océano: una balsa vacía.  Y enseguida llegó ese atroz bajón en la moral, esa enorme tristeza.

Al poco tiempo comenzaron a aparecer en el agua los náufragos, heridos, empetrolados y congelados del Belgrano. Fue entonces que la moral y la esperanza volvieron a aflorar, ya no había tiempo de pensar en otra cosa que no sea ayudar a sus compañeros. Fueron 278 náufragos rescatados por Destructor Piedrabuena, lo cuales limpiaron, sanaron y devolvieron al escenario alejado de la guerra.

Un 14 de junio anunciaron que la guerra por fin había acabado, sin embargo, la tripulación en la que estaba Tiki recién llegó a su hogar el 10 de julio. Cuando el destructor llega a buen puerto, Tiki mira la pizarra donde estaban colgadas 65 cartas de los estudiantes, esas que tanta fuerza le había dado. Sin titubear, decide guardarlas en una bolsa y llevárselas consigo. Esas cartas, años después, siguen con él e incluso el destino le ha hecho conocer en persona a algunos de sus autores. 

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2022-04-12 16:05:00
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