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Más allá de un simple plato, la cocina implica un patrimonio. Es decir, un viaje sensorial que nos lleva a conocer las raíces de la cultura a través de los sabores más auténticos.
La gastronomía es un lenguaje universal que conecta distintas cosas. Así como alrededor de la mesa se construyen familias, se celebran festividades y se comparten historias, la cocina se ha convertido en mucho más que una necesidad fisiológica; es un acto social que fortalece los lazos comunitarios y perpetúa las tradiciones.
“La cocina es parte de la cultura. Es la única actividad que solamente realiza la especie humana dentro de todo el universo, de toda la creación. En este caso, la consideración de la cocina como un hecho cultural tiene que ver con la construcción material que implica eso en cada sociedad”, comenzó el escritor, editor y cocinero, Lolo Vlem.
Por ejemplo, en la historia de la provincia de Santiago del Estero, la empanada santiagueña es muy importante. “Pero no solamente el objeto, sino también el concepto de lo que implica. Cuando uno piensa en esa comida, tiene determinadas características vinculadas a la comunidad, a la elaboración, a los ingredientes e incluso a lo que significa una empanada para los santiagueños”, dijo.
Otra cuestión fundamental para entender a la cocina como un hecho cultural, es la utilización de productos de cercanía. “Mirar a mi alrededor, ver qué se produce y en qué tiempo lo producen todos mis vecinos. Por ejemplo, comprarle a los pescadores de Ingeniero White o a algunos productores de Monte Hermoso. Lo mismo que cocinar con lo que tengo en la estación. Creo que son cuestiones fundamentales para considerar a la gastronomía como patrimonio cultural de la humanidad”, afirmó.
Las festividades que promueven los alimentos típicos de una ciudad, zona o región también son importantes para revalorizarla. En Ingeniero White, por ejemplo, está la fiesta del camarón y el langostino, y en Bahía Blanca, la fiesta del cubanito. Igualmente, según sus investigaciones, el alimento más representativo de los y las bahienses es otro.
“Tengo 49 años y todos los de mi generación, y más grandes también, hemos probado un producto que solamente se consumió en Bahía Blanca: el chiplú, una masa que envolvía una salchicha parrillera, con una salsa parecida a la bolognesa, y quedaba como un pancho cerrado. Surgió en el Mercado Modelo, con Don Pedro Sabas, como una alternativa a la venta de panes de Viena y a un proveedor de jamón que aquel día faltó”, recordó.
Otra cuestión histórica, vinculada a la ciudad, tiene que ver con las civilizaciones que la habitaron. “Eran los Tehuelches septentrionales, que llamaban a este lugar: ‘Tierra del diablo’. Ahí aparecen muchos alimentos vinculados a la tierra, a la recolección y la caza. Y el más característico, que hoy en día podemos recordar, es lo que ellos llamaban ‘charqui’: una carne, de guanaco y ñandú, muy salada y secada al sol”, finalizó.
Los y las interesadas en conocer más, pueden visitar el Instagram del cocinero y, o la red de su editorial de libros de cocina: ‘Agua la boca’.
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