La Isla Invisible
Ferrowhite La Isla Invisible 3
Una residencia artística en las islas del estuario de Bahía Blanca se convierte en conocimiento de esa naturaleza, y también de la naturaleza humana.
 Una caminata desde la Rambla de Arrieta hacia el paseo costero que dibuja un atardecer frío de domingo es el primer escalón para aproximarse a la convivencia entre humanos y naturaleza. Nuestra ciudad toma su nombre de un lugar al que apenas conoce. Para la mayoría de nosotros la Bahía Blanca es, justamente, eso: un espacio en blanco. Un sitio tan ajeno como, pongamos, los mares de la luna, esa luna que mece las mareas que cubren y descubren el enigma de un paisaje tan cercano como remoto, tan a mano como difícil de entender», reflexionan los artistas que realizaron una permanencia en la isla conocida como el lugar predilecto de las gaviotas.
Una incursión
La experiencia piloto fue realizada por Agustín Rodríguez y Guillermo Beluzo, y lo concretaron junto a Laura Biadiú, Ariel Cusnir, Massi Díaz, Julieta Gómez, Guido Poloni y Juliana Ramadori, como los artistas residentes. «Queremos recorrer desde la Rambla de Arrieta lo que es el acceso al mar, porque es parte del núcleo de trabajo», invitó Rodríguez a los asistentes a la jornada de presentación.
Daniel Porte, guardaparque de la Reserva Natural Bahía Blanca, Bahía Falsa y Bahía Verde, aportó reflexiones acerca del lugar, «no muchos la conocen y pensar que está tan cerca, tan cerca como que la tengo a mis espaldas cruzando el canal nada más, y lo que podamos a ver en el horizonte y hacia el sur, 260 mil hectáreas son parte de la reserva natural, prácticamente todo el estuario». La entrada a este estuario está marcada por una isla, una que no se ve, y que por eso ha sido denominada desde el proyecto como invisible, «nos encantaría que se vea esa parte de la reserva, tiene un encanto muy particular, tiene una fauna muy rica y propia de esa isla chiquitita, en ese lugar nidifica el 80 % de la población del mundo de la especie gaviota cangrejera». Con una población que asciende a 3.000 parejas, el territorio adquiere una identidad muy particular a lo largo de unos meses al año, luego se marchan, «los pichones que nacieron ese año migran, dicen que hasta el sur de Brasil». A los 4 años, cuando se vuelven adultos, regresan a la isla para reproducirse.
A una distancia de 2,5 kilómetros de Ferrowhite Museo Taller, un sitio de la ría reserva misterios de vida y supervivencia. «Si las gaviotas no estuvieran ahí sería un indicador ambiental importante, algo está pasando, que podría ser que la costa esté contaminada y haya menor población de cangrejos, si les falta alimento no podrían subsistir en ese lugar; el cambio climático las puede afectar como el nivel del mar que no permitiría la anidación de la misma, de hecho cuando hay grandes sudestadas se puede perder toda la nidada de todo el año, y ese año no tener pichones». Esta gaviota realiza sus nidos en el borde del agua, en lugares planos y limpios.
Otro de los problemas que enfrentan las gaviotas cangrejeras está vinculada a la contaminación de especies que llegan a través de las embarcaciones de bandera extranjera, y traen en sus depósitos animales y plantas que se instalan en la ría, modificando los equilibrios medioambientales.


Historia de un lugar
El proyecto La Isla Invisible es impulsada desde Ferrowhite Museo Taller con el objetivo de abrir al mar, “esa idea está presente en diversos discursos pero diferentes motivos no lo podemos ver, entonces nos preguntamos cómo acceder”. La isla a la que viajaron no tiene un nombre. Tiene dos. “Algunos la conocen como la Isla de la gaviota cangrejera. Otros, como el Islote del puerto. Cada denominación recorta un modo muy distinto de mirar el mismo pedazo de tierra. La Isla de la gaviota induce a contemplar un santuario de la naturaleza, y a soñar en él un mundo ajeno a la huella del hombre. En cambio, el Islote del puerto lleva nuestros ojos hacia las luces del polo petroquímico que, justo ahí enfrente, convierte en día a la noche, y a las aves en seres insomnes”, reflexionó Rodríguez, que dirigió la actividad artística.
Ninguna de las islas de la bahía es invisible. Figuran en mapas y cartas de navegación desde hace siglos. “Sin embargo, resulta difícil establecer a qué prestamos atención en ellas y a qué somos ciegos, cuáles son los intereses que, de manera franca o solapada, condicionan nuestra mirada. A contrapelo de aquellos discursos que pretenden asignarle una identidad y un destino unívocos, Isla invisible invita a reimaginar nuestra relación con este territorio, a ampliar el margen de lo que podemos ver, decir y hacer en ese lugar incierto”. Con la estadía en el lugar, la experiencia fue llamada piloto porque constituía una prueba para ver cómo funcionaba la isla, cuál era su dinámica, “queríamos generar imágenes de algo que no existe, dónde no existe, por qué la ciudad no se apropia de estas imágenes, cuando se habla de Bahía Blanca aparece el puerto, el Teatro Municipal, el Parque de Mayo, porque las islas no están incorporadas en términos identatarios, entonces queríamos generarlas desde el discurso artístico, distinto al documental que trata de tener cierta fidelidad, en cambio nuestra propuesta era más abierta”. 
En busca de comprensión, la isla fue un campo de investigación artística para interpelar y dejar un conocimiento. “Nos dimos cuenta que teníamos un desconocimiento total, nos tomamos la lancha y pasamos por las islas cercanas a Coronel Rosales, que son mucho más inexploradas, en el imaginario la isla es el lugar donde pasan cosas que no pasan en el continente” barajó el docente y artista, por lo tanto, la propuesta fue que la isla estuviera habitada por artistas, “un delirio, queríamos hacer nuestro himno, nuestra bandera, la comida típica, y con sistemas de cocción propias”. En calidad de colonizadores, los artistas llegaron y deseaban “hacer cosas, generar enseguida imágenes, después que levantamos la pata del acelerador, nos dimos cuenta que lo interesante era generar preguntas”. El ambiente produjo sus interrogantes y sus afirmaciones, una de las primeras aseveraciones es que eran visitantes, “a diferencia del continente, en el acceso ya la naturaleza te marca que hasta cierto punto va a llegar la máquina, y a partir de ahí te mojás”, y la otra, “es que la isla es de las gaviotas, por lo tanto, estar ahí es estar molestando, nos para en lugar muy distinto, y de convivir con ese grito y el ruido constante de las gaviotas”.
Categoría: Cultura
2018-04-10 19:16:11
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