Decir que Toy Story 4 es una secuela es una perogrullada, pero también una forma de puntualizar que las previas – estrenadas en 1995, 1999 y 2010 – se perciben como una trilogía que cerró de manera sutil, conquistando los corazones de millones de niños y adultos. 

Esta cuarta parte llegó con aroma a negocio, aunque da continuidad al producto estrella de Pixar y el estudio pionero de la animación digitalizada no ha bajado la calidad de la realización, sino redoblado el esfuerzo en el aspecto visual. 

Para notar esto último no se necesita un experto en CGI, porque eso se aprecia en la fluidez de las expresiones faciales de los personajes y el extremo nivel de detalle, que logra que un gato – uno de los nuevos villanos- luzca “real”.

Factura técnica asombrosa con algunos problemas de guión, ya que esta trama depende demasiado de los films anteriores y se vuelve repetitiva y sensiblera sobre el desconsuelo de sentirse apartado, un tema ya tratado en el tercero.

Inconveniente menor, que se soluciona enjugando las lágrimas y disfrutando de los nuevos personajes: un tenedor de plástico con problemas de identidad; un motociclista acróbata – con la voz de Keanu Reeves perdida en el doblaje “neutro”- y en particular Ducky y Bunny -un descarado doble peluche-; más la vuelta de la pastora Bo como heroína de acción. 

Otra aventura en el mundo secreto de los juguetes encabezada por Woody, que ya no es el preferido de su dueña y sin embargo sigue intentando que ninguno de sus compañeros quede atrás. 

Y un cambio notable en la propuesta que mejor no spoilear, aunque algunos espectadores lo aceptaran y otros lo sentirán como una traición. 

Excursión familiar -en la secuencia del parque de diversiones eso es literal- y colorida al ritmo de los temas de Randy Newman, que con buenas artes ha arrasado las boleterías locales y del mundo. 

Ficha técnica:Dirección: Josh Cooley. Guion: Andrew Stanton  & Stephany Folsom. Música: Randy Newman. Origen: USA- 2019.