Repaso de algunos aspectos relativos al presente de la  “pantalla chica”.

En 1996, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) resolvió que cada 21 de noviembre se celebrase el Día Mundial de la Televisión e invitaba a los países miembros a dedicar la fecha a la promoción de programas centrados en la paz, el desarrollo económico y social y la cultura, entre otras bien intencionadas cuestiones.

Tras 28 años, la celebración pasó como mera efeméride, en la que la ONU declaró que la televisión sigue siendo: “La mayor fuente de consumo de vídeo. Aunque los tamaños de pantalla han cambiado y las personas crean, publican, transmiten y consumen contenido en diferentes plataformas, el número de hogares con televisores en todo el mundo continúa aumentando”.

Insistiendo en que un televisor dejó de ser canal unidireccional de programas y ofrece una amplia gama de contenidos, vídeos en streaming, música y navegación por Internet.

Curioso que tan prestigiosa institución confunda contenido y contingente, ya que describe a un aparato inteligente y a espectadores que los usan como extensión de sus teléfonos móviles y computadoras, pero que difícilmente los enciendan para “ver lo que hay”, que define a la televisión.

Por su parte, la consultora Ibope dio su versión local afirmando que en Argentina la televisión goza de buena salud, que en el 80% de los hogares se la ve y se prefieren los noticieros, documentales, series, shows musicales y gastronómicos, en ese orden.

Lo cierto es que a simple vista se nota que la publicidad – el combustible del medio- está restringida a productos farmacéuticos y la programación propia que ofrece ciclos de bajo presupuesto y enlatados en su versión abierta y films repetidos y deporte en cable.  

Resumiendo: Televisores por doquier, pero televisión en retroceso y con espectadores +60.