Drama donde el sonambulismo real de algunos de los personajes sirve de alegoría a otros menos evidentes.

En la primera escena, Luisa despierta de madrugada, se dirige hacia el cuarto de su hija Ana de catorce años y lo encuentra vacío y finalmente la ve desnuda y sonámbula delante del ascensor. Casi de inmediato, la misma mujer, su marido y la adolescente llegan a una quinta enorme, donde van a pasar unos días y a festejar el fin de año con el resto de la familia. 

Cambio brusco de locación y tono, que deja una impresión ominosa a pesar de que la mayor parte de la acción transcurre como un típico drama familiar, basado en las fricciones generadas cuando diferentes generaciones comparten el mismo espacio. 

Pero la tensión crece con la mezcla de las historias viejas y los problemas económicos del presente, algo que el espectador ve y siente a través del hartazgo y la angustia de Luisa, -entregado protagónico de Érica Rivas-, que se debate entre la necesidad de alejarse de esa vida y el temor de afectar a su hija– lucida Ornella D`Elia-.

Como siempre, la directora Paula Hernández ha puesto la cámara cerca de sus personajes y ha escrito diálogos que revelan más de lo que parece y elegido un elenco que los hace suyos. 

Además de lograr una puesta donde se palpa el agobio del calor de diciembre y de las relaciones muy al estilo de La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel y un clímax que consigue completar el sentido de la apertura, aunque lo demora y en lugar de convulso se percibe demasiado como apurado.

Ficha técnica. Dirección y guion: Paula Hernández. Música: Pedro Onetto. Fotografía: Iván Gierasinchuk. Intérpretes: Erica Rivas, Ornella D`Elia, Marilú Marini, Luis Ziembrowski, Diego Hendler. Origen: Argentina, 2019.